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DON ÁLVARO DE LUNA TRAGEDIA EN CUATRO ACTOS
Por Santiago Sevilla Larrea
INTRODUCCIÓN
Las coplas del insigne poeta Don Jorge Manrique, coetáneo de los Reyes
Católicos, nos plantean ciertas preguntas filosóficas que han quedado hasta
ahora, por más de quinientos años, sin una respuesta dramática:
“¿Qué se hizo el rey don Juan?
Los Infantes de Aragón,
¿qué se hicieron?
¿qué se hizo tanto galán,
qué fue de tanta invención
como truxeron?
Las justas y los torneos,
paramentos, bordaduras
e cimeras,
¿fueron sino devaneos?
¿qué fueron sino verduras
de las eras?
¿Qué se hicieron las damas,
sus tocados, sus vestidos,
sus olores?
¿Qué se hicieron las llamas
de los fuegos encendidos
de amadores?
¿Qué se hizo aquel trovar,
las músicas acordadas
que tañían?
¿Qué se hizo aquel danzar,
aquellas ropas chapadas
que traían?
Pues aquel gran Condestable,
maestre que conocimos
tan privado,
non cumple que de él se hable,
sino sólo que le vimos
degollado.
Sus infinitos tesoros,
sus villas e sus lugares,
su mandar, ¿Qué fueron sino lloros? ¿Qué fueron sino pesares, al dejar? Tantos duques excelentes, tantos marqueses e condes, e barones, como vimos tan potentes di, Muerte, ¿Do los escondes y los pones? Y sus muy claras hazañas que hicieron en las guerras y en las paces, cuando tú, cruel, te ensañas, con tu fuerza las atierras e desfaces. Las huestes innumerables, los pendones, estandartes, e banderas, la cava honda chapada o cualquier otro reparo ¿qué aprovecha? Cuando tú vienes airada, todo lo pasas de claro, con tu flecha.” La Tragedia de Don Álvaro de Luna, por fin, nos responde a estas preguntas. Ya cumple que de él se hable, del gran Condestable Don Álvaro de Luna, ya es hora que se aclare qué se hizo el rey Don Juan, y qué se hicieron los Infantes de Aragón. Esta obra teatral lo aclara todo, hasta qué se hicieron las damas, sus tocados, sus vestidos, sus olores, y qué se hicieron las llamas de los fuegos encendidos de amadores. Los sucesos se extienden desde el año 1.420 hasta 1.453. No obstante, el paso del tiempo, salvando aquella unidad fundamental para toda obra de teatro, se minimiza, de manera que el espectador vive en una hora y media, todo el drama de aquel siglo, poco comprendido en la Historia de España. La lucha entre Don Álvaro de Luna y ante todo Don Enrique de Trastámara no es como se la describe en los libros de Historia, la guerra entre el Rey Juan II y el poder feudal, sino el mortal torneo entre la corrupción del valido de Juan II, Álvaro de Luna y el honor y buen nombre de la casa real de Trastámara, que era dueña y señora de toda España. Los Infantes de Aragón nacieron todos en Medina del Campo, en el corazón de Castilla y
eran primos hermanos de Juan II. Sus esposas los hacían cuñados entre si.
Solo Don Álvaro de Luna logró sembrar la cizaña de las guerras de aquel
siglo. Su personalidad es parecida a la de Ricardo III de Inglaterra, tan
ponderada por Shakespeare. Es acaso el carácter de muchos grandes de
aquella época feudal en toda Europa. Pero lo fascinante es el dramatismo
de aquellos sucesos y cómo en nuestro tiempo acaso pueden renacer
personajes como los que se admiran y desprecian, por nobles o por
infames, en esta obra que viene a llenar un vacío, un verdadero agujero
negro de la Historia, en el que ahora, si queremos, podemos precipitarnos.
Don Álvaro de Luna Tragedia en cuatro Actos
Por Santiago Sevilla
PRIMER ACTO
Escena Primera
Don Enrique, Infante de Aragón, entra en Tordesillas con sus tropas y
secuestra al Rey Don Juan II de Castilla y a Don Álvaro de Luna.
Escena Segunda
Matrimonio de Don Enrique Infante de Aragón con Doña Catalina Princesa
de Castilla. El Rey Don Juan II le otorga el Señorío de Villena con sus
castillos y fortalezas.
Escena Tercera
El 29 de Noviembre de 1420, Don Álvaro de Luna escapa junto al Rey
Don Juan II de Talavera y con él se refugia en el Castillo de Montalbán.
Escena Cuarta
El sitio de Montalbán y su liberación gracias a la diplomacia de Don
Álvaro de Luna ante Doña María Reina de Aragón y el infante Don Juan
de Aragón.
SEGUNDO ACTO
Escena Primera
1422 La celada de Madrid: Don Álvaro de Luna engaña a Don Enrique de
Villena Infante de Aragón. Le invita y toma preso, confisca sus
propiedades. Doña Catalina, su esposa, huye y se ampara bajo la protección de Don Alfonso V Rey de Aragón. Don Álvaro de Luna es consagrado por Juan II como el Gran Condestable de Castilla. Escena Segunda (1425) Don Álvaro se ve obligado a liberar al Infante Don Enrique y a restituir sus bienes y dominios bajo amenaza de guerra por parte de Alfonso V de Aragón. (1426 )El Bufón Aleluya hunde a Don Álvaro de Luna en el destierro con una bien lograda intriga. Escena Tercera Prisión y muerte de Don Alvar Núñez y de su hijo Don Fernán Núñez en la fortaleza de Escalona a manos de Don Álvaro de Luna y sus guardias. Escena Cuarta Don Álvaro de Luna retorna al poder a pedido del Rey Juan II y de la nobleza castellana ante la coronación del infante Don Juan, como rey de Navarra. Festejo triunfal en Turégano. TERCER ACTO Escena Primera Los reyes de Navarra y Aragón ofrecen batalla a Castilla en Cogolludo, extremo que llega a evitarse gracias a la intervención de la Reina de Aragón. Tregua de cinco años para dar lugar a la guerra contra los moros de Granada. Escena Segunda El Condestable Don Álvaro de Luna asola Aragón. Don Enrique devasta Extremadura. Don Álvaro le expulsa de Castilla y el Rey Don Juan decreta la confiscación de los bienes y dominios del infante y de los Reyes de Navarra y Aragón en territorio castellano. Don Álvaro es consagrado Maestre de la Orden de Santiago. Escena Tercera Don Juan II de Castilla y Don Álvaro de Luna con un ejército de setenta mil soldados de infantería y más de diez mil jinetes derrotan al ejército nazarí de los moros de Granada el 1 de Julio en Higueruela. Don Álvaro se torna en Duque de Trujillo. Escena Cuarta Don Pedro Manrique y los Infantes de Aragón logran el destierro de Don Álvaro de Luna por el convenio de Castronuño. Don Álvaro se retira momentáneamente a su Villa de Sepúlveda. CUARTO ACTO Escena Primera Nueva guerra contra Don Enrique Infante de Aragón. Don Álvaro le sitia cerca de Torrijos en el castillo de Maqueda. El Rey Juan es sitiado al mismo tiempo por los de Aragón en Medina del Campo. Don Álvaro tiene que acudir y luego salir de Medina del Campo con sus tropas a pedido del Rey e irse a su Castillo de Escalona. Escena Segunda En la Batalla de Olmedo, Don Álvaro de Luna derrota la liga de Navarra y Aragón. Muere el Infante Don Enrique de sus heridas de combate más tarde en Calatayud. Escena Tercera Don Álvaro de Luna envenena secretamente a la reina de Castilla Doña María de Aragón. El Príncipe de Asturias Don Enrique y la nueva Reina de Castilla Doña Isabel de Portugal quieren la caída de Don Álvaro de Luna. El valido Don Juan Pacheco Girón conspira en su contra. Nuevos impuestos gravados por el Condestable desatan la sublevación de Toledo. El contador del rey, Don Alonso Pérez de Vivero es asesinado por sicarios de Don Álvaro de Luna. El Rey le pide retirarse pero él rehúsa. Escena Cuarta El Alcaide de Burgos Don Diego de Zúñiga, a nombre de la reina, toma preso a Don Álvaro. Se le procesa y condena. El 2 de Junio de 1453 cae degollado. Se le sepulta en San Andrés de Burgos como a criminal. Con ello se pierden sus títulos, heredades y bienes. 1. Juan II Rey de Castilla 2. Alfonso V Rey de Aragón 3. Doña María de Castilla Reina de Aragón 4. Juan II Rey de Navarra Hermano del Rey Alfonso V 5. Doña María de Aragón Reina de Castilla 6. Don Enrique Trastámara Infante de Aragón Hermano del Rey 7. Doña Isabel de Portugal Reina de Castilla 8. Don Enrique Príncipe de Asturias 9. Don Álvaro de Luna Gran Condestable de Castilla 10. Doña Catalina de Castilla Esposa de Enrique de Trastámara 11. Don Pedro de Manrique Adelantado de Castilla 12. Don Juan Pacheco Girón Valido del Príncipe de Asturias 13. Don Alonso Pérez de Vivero Contador del Rey 14. María Fernández de Jarana Madre de Don Álvaro de Luna 15. Don Diego de Zúñiga Alcaide de Burgos 16. “Aleluya” Bufón del rey de Castilla 17. Don Alvar Núñez Hidalgo Caballero 18. Don Fernán Núñez Hidalgo Caballero 19. Don Alonso de Argüello Arzobispo de Zaragoza 20. Abraham Benveniste Recaudador Mayor de Impuestos 21. Emisario 22. Mensajero 23. Carcelero 24. Verdugo 25. Asesinos a órdenes de Don Álvaro de Luna 26. Coro
DON ÁLVARO DE LUNA TRAGEDIA EN CUATRO ACTOS
Por Santiago Sevilla Larrea
PRIMER ACTO Escena Primera
Frente a los muros de Tordesillas, aparece Don Enrique de
Trastámara con su ejército.
Don Enrique
¡Anchurosa Castilla,
de España, la raíz y el tronco!
El destino, áspero y bronco,
con, de esbirros, traílla,
a tu débil rey, Don Juan, humilla.
Tan mal va aconsejado,
por pícaros mañosos explotado,
que es hora de enmendar,
y entuerto enderezar.
¡Para eso con mi ejército he llegado!
¡Ríndete a mi Tordesillas!
Quiero la custodia de tu rey Don Juan.
Es cuidarlo, mi afán.
De sus áulicos, gavillas,
los engaños, embustes y rencillas
quiero desbaratar;
a este reino, nuevo orden debo dar.
Siendo yo primo del rey,
soy su adelantado y ley
¡Mal haya quien lo pretenda negar!
Don Álvaro de Luna
El Infante de Aragón
viene en armas, sin razón.
¡Bienvenido Don Enrique!
¡La campana que repique
en son de celebración!
Nuestro amable rey Don Juan,
de letras y artes patrono,
desde su encumbrado trono,
os ofrece vino y pan.
¡De abrazaros tiene afán!
Don Enrique

Famoso Álvaro de Luna
de esta corte, el favorito,
mucho sobre vos se ha escrito:
Por padre, de noble cuna,
pero por madre, ninguna.
Os advierto que mi empresa
empieza con la limpieza
contra toda corrupción.
Pretendo la imposición
de, ante vileza, nobleza.
Don Álvaro de Luna
¿Qué es la nobleza, al final?
¿El bien, sin mirar a quién?
¿Siempre a Dios decirle amén?
¿Bienestar general?
¿Al malvado, hacerle el mal?
¿Desprenderse de uno mismo,
cuando al borde del abismo,
toca huir del deshonor?
Tal que el consumado actor,
¿crearse un auto-espejismo?
¿Fingirse un ego mejor, que el que corre por las venas? ¿Con honras, ornarse, ajenas, de todos, siendo el peor? ¿Ser prestidigitador? La esencia de la nobleza debe verse en el león, valiente de corazón, de toda bestia hace presa y nada falta en su mesa. Con su brillante melena, de brío y de furia plena, aparece tan hermoso, tan fiero y tan majestuoso, que sólo quien le envenena puédele acaso vencer. El sol, a mi parecer, león es del universo, que aunque en el caos inmerso, rey, su ley logra imponer. Si alguien nace hijo de puta, o por reina, bien parido, el parto es muy parecido y va por la misma ruta, pues Natura no se inmuta. Y del mundo la salida, por todos es repetida; El bueno, crucificado, el perverso, degollado, la muerte no dilucida. Y contra la corrupción nos enseña Edipo Rey que ha dos filos esa ley: También tiene aplicación, en carne propia, su acción. Ciego queda el soberano, castígale su propia mano, pues el oráculo quiso inculparle con su aviso, por condena, de antemano.
El Rey Juan II de Castilla interrumpe la confrontación entre Don
Enrique y Don Álvaro, apareciendo de improviso, acompañado de su
hermana Catalina, a recibir al Infante de Aragón.

Juan II

Bienvenido primo hermano,
este palacio es tu casa,
toda Castilla te abraza,
nos une, desde el arcano,
amor al género humano.
Cuál es, dime, tu deseo,
pues algo en tus ojos leo.
puedo, en qué, favorecerte,
pues, si es justo complacerte,
ser mi deber dártelo creo.
Don Enrique

Pues tu tierna juventud
de experiencia, la virtud
carece, bien merece,
que en tanto madura y crece,
yo aporte mi magnitud.
Es más, propongo la unión
que empeñe mi corazón,
con tu hermana Catalina,
pues así se determina
nuestra alianza y filiación.
Doña Catalina de Castilla

En esto hay entendimiento
entre Don Enrique y yo,
pues desde siempre, me amó.
Si hallo tu consentimiento
Por mi parte, ¡Oh rey! consiento.
Y sepa la concurrencia
que en la Torre de Alamín
yo juréle amor sin fin.
Mi anuencia y complacencia
dile entonces a conciencia.
Juan II

Para mi, grata sorpresa
es esta proposición;
la acepto, sin dilación.
A estas nupcias, con grandeza,
quiero dar celebración.
Como feudo te confío,
de Villena, el señorío,
que es la dote de mi hermana.
Suene alegre la campana,
Caro Enrique, primo mío.
Don Álvaro de Luna (Aparte)
¡Cría cuervos y han de sacarte los ojos!
Ducado de Villena es medio imperio,
parece que el rey no hablara en serio.
Insaciables, Don Enrique, tus antojos.
¡A todos, pronto, nos pondrás de hinojos!
PRIMER ACTO Escena Segunda
En el castillo de Don Enrique de Trastámara en Talavera
Don Álvaro de Luna
Mi Señor y rey Don Juan,
los días pasando van
y el cautiverio no cesa.
Hoy se casa la princesa,
con Don Enrique, el rufián.
Es propicia la ocasión
por lograr liberación.
Tengo ensillados corceles,
palafreneros muy fieles,
para huir a Montalbán.
Juan II
¡Sería cosa graciosa,
mientras desflora a la esposa,
lográsemos dimisión,
de esta dorada prisión,
en huída silenciosa!
Don Álvaro de Luna
De un joven rey, el honor,
débese nunca menguar.
¡Basta de prevaricar!
Huyamos rey y señor,
pues transigir es peor.
Juan II

¿Que va a decir Catalina,
cuando hacia el lecho camina?
-“Juan, mi hermano, se ha escapado
y a mi me ha sacrificado?
¿A qué suerte me destina?”
Don Álvaro de Luna
Mi rey, la razón de estado,
está hoy de vuestro lado.
¡Castilla, más que una hermana,
va a valer en la mañana,
cuando la hayáis recobrado!
Asistamos a la fiesta,
simulando buen humor
y cuando aduerma el licor,
mientras sestean la siesta,
¡de nuestra huida, es la gesta!
Entran los invitados al matrimonio de Don Enrique de Trastámara con
Doña Catalina de Castilla: nobles, hidalgos, obispos, sacerdotes,
comerciantes y villanos de Talavera. Todos exclaman a coro:

Coro
En esta gloriosa unión
de Castilla y Aragón,
se marca para el futuro,
de toda España el seguro,
contra guerra y confusión.
Ejemplo a posteridad
de paz y felicidad,
¡Este es el vero camino,
del hispánico destino,
hacia una eterna unidad!
Oficia el Arzobispo Alonso de Argüello misa solemne y matrimonio,
bajo el patrocinio del Rey Don Juan II de Castilla, joven de apenas
dieciséis años, entronado bajo un espléndido baldaquín:
Don Alonso de Argüello Arzobispo
Don Enrique de Aragón,
Príncipe, hermano de rey,
de acuerdo a divina ley:
¿Aceptas en sacra unión,
y en marital relación,
Catalina, la princesa,
que en tus brazos queda presa,
por toda la eternidad,
esclava de tu bondad,
si tu voluntad es esa?
Don Enrique de Trastámara
¡Si y yo reitero amén!
Arzobispo
Catalina de Castilla
¿Votas casarte con él,
que ha jurado serte fiel,
desde hoy, en esta capilla,
de la muerte, hasta la orilla?
En salud y enfermedad,
en joven y anciana edad,
corresponder a su amor,
darle alegría y color
a su casa y su heredad?
Doña Catalina de Castilla
Yo reitero si y amén!
En este punto se escuchan vivas, tambores, música y tañido jubiloso de
campanas. Los presentes se ponen a bailar y a brindar. El bufón
Aleluya, montado en un camello, entra tocando un mandolín.
Los recién casados se despiden entre pétalos de flores y lluvias de
arroz.
Don Álvaro de Luna
Mi señor y rey, Don Juan,
bésanse los novios y se van.
En vinos, la concurrencia
busca fáunica demencia.
La fuga no notarán.
Y como manda el refrán,
al toro, pues, por los cuernos
y tráguennos los infiernos,
si no resulta este plan.
¡Huyamos a Montalbán!
El rey Don Juan II de Castilla se escabulle pretextando dolor de
cabeza, seguido, como siempre, por Don Álvaro de Luna.
Se escucha al rato, entre la música, el galope de caballos.
Coro de todos los presentes
¡El rey Don Juan ha escapado!
Burlado Enrique ha quedado,
en su festejo nupcial.
¡Cuando se entere, muy mal,
paz de España habrá acabado!
PRIMER ACTO Escena Segunda
En el castillo de Montalbán.
Don Álvaro de Luna
Muy rápido hemos galopado
y en esta gran fortaleza,
bien seguro estáis, Alteza.
Pronto llegará el burlado
y este baluarte sitiado,
sin duda, por él será,
mas tomarlo, no podrá.
Firmeza, mucha entereza
pedirános esta empresa
y el triunfo sonreirá.
Juan II
¡Don Álvaro, ya resuenan
los canoros cañonazos!
De entre los ardientes brazos
de amor, que no refrenan
su furor, pues le enajenan
sus políticas pasiones,
contra los recios bastiones
de Montalbán arremete
Don Enrique. ¡A que se aquiete,
urdid maquinaciones!
Don Álvaro de Luna
Al rey Alfonso he mandado
diplomático legado.
Y al otro Infante, Don Juan,
mis mensajes raudos van,
contando el desaguisado.
Ellos no han de permitir
que Enrique nos pueda urgir,
con su burda prepotencia,
que aceptemos su regencia,
cobardes, sin resistir.
Juan II
La moderna artillería
que desde China, a Ferrara
y hasta nosotros llegara,
conocer me gustaría.
¿A las torres, quién me guía?

Don Álvaro de Luna
¡Pues yo mismo, Majestad!
Ante los horrendos ruidos,
cuidad bien vuestros oídos
pues la pólvora, en verdad,
es una monstruosidad.
El rey y Don Álvaro van a las torres almenadas y ven a los artilleros
cañonear sobre las tropas de Don Enrique que rodean la fortaleza de
Montalbán. Aparece un emisario con bandera blanca.
Emisario
Don Enrique me ha enviado,
de paz, como embajador,
ante Don Juan, su Señor:
¿Por qué causa se ha marchado?
¿Qué puede haberle enojado,
para aparentar huir,
hasta Montalbán venir
y, sin más, a cañonazos,
de abrazos, en reemplazos,
al Infante recibir?
Juan II
El rey hace a su placer,
deshace, si es menester.
Con su libertad perdida,
quiso discreta salida,
sin al príncipe ofender.
Dad al Infante a entender
que prefiero estar a solas,
sin perseguidoras colas,
que me sigan por doquier.
¡Le mando retroceder!
PRIMER ACTO Escena Cuarta
En la corte de Aragón


Doña María de Castilla
Reina de Aragón
Don Enrique se ha casado
con mi hermana Catalina,
pero el cuento no termina,
pues al rey Juan secuestrado,
y malamente humillado,
en Talavera tenía,
pues ampararle quería
del privado Álvaro de Luna,
y su judaica comuna,
cuya codicia sufría.
Mas, a postre de la boda
Juan II se le escapa,
lo persigue y no lo atrapa.
Agita Castilla toda,
que de loco ya le apoda,
pone sitio a Montalbán,
semanas corriendo van,
y este escándalo no acaba,
que nuestros reinos socava.
Darle fin, ese es mi afán.
Don Juan de Trastámara

Este hermano tan fogoso,
no la pluma, si la espada,
esgrime desenvainada,
y este inmotivado acoso,
de un recién casado esposo,
contra su rey y cuñado,
demente es e inusitado.
El rey niño sea iluso,
víctima de burdo abuso,
Mas debe ser respetado.
Doña María de Castilla Reina de Aragón

Mi Alfonso, Rey y marido,
luchando allende los mares
ignora estos avatares.
Cuñado Don Juan, te pido,
que protejas al ungido.
Que Enrique entre en razón,
dé al sitio terminación,
reconozca que es vasallo,
monte en su rucio caballo,
y galope hacia Aragón.
Don Juan de Trastámara

No es Regente de Castilla,
salióse de su casilla
y le toca recular,
si no quiere terminar
con su testa en la cestilla.
Le exigiré que retire,
a sus feudos y regiones,
sus belicosas legiones.
¡Que no ambicione, ni aspire
más que el aire que respire!
Salen del salón (exeunt)
Cambio de Escenario: En el castillo de Montalbán, entran en escena.
Don Álvaro de Luna
¡Don Juan mi rey y señor!
Por sobre un prado de escarcha,
ya con sus tropas se marcha,
Don Enrique, el sitiador.
Juan II

¡Tu eres mi libertador,
fiel Don Álvaro de Luna!
Sin ti, sin duda ninguna,
me hubiera hundido en desgracia.
Juntas, tu astucia y audacia
devuélvenme buena fortuna.
Este castillo famoso
y fuerte de Montalbán,
premiando tu heroico plan,
para tu usufructo y gozo,
te lo entrego yo, gustoso.
Se su barón y señor
y con él, gran protector,
de Castilla y sus comarcas,
sustento de sus monarcas,
contra el moro, defensor.
Don Álvaro de Luna

¡Dios os lo pague, mi rey!
SEGUNDO ACTO Escena Primera
Año de 1422. En Madrid, en el palacio de Juan II de Castilla
Don Álvaro de Luna (Aparte)
Don Enrique es mi enemigo
Nos hundimos, él o yo.
Tolerancia se acabó.
Si a Madrid venir le obligo
y si apresarlo consigo,
pronto han de ser realidad
mis más secretos designios:
Míos serán sus dominios,
mía toda su heredad,
mi fuerza, grande en verdad.
Redactemos una carta,
que en raudo correo parta:
(Escribe, al tiempo que recita lo que pone en el papel)

“Buscando conciliación,
de Castilla y Aragón,
la causa que nos aparta,
hallando en común acuerdo,
en trato amistoso y cuerdo,
con diplomático ingenio
firmaremos un convenio,
para histórico recuerdo.
A esta corte de Madrid,
cuando mejor os convenga,
mi horario, al vuestro, se atenga,
ilustre señor, venid.”
¡Don Juan, que firme este ardid!
Y aunque Enrique sea rodeado
del entorno más granado,
acusado de traición,
pondrélo pronto en prisión,
¡y el rey será engatusado!
Entra el rey Don Juan II, que no ha oído nada.
Don Álvaro de Luna
Permitidme Majestad,
después de besaros pies,
imploraros otra vez,
que me deis la facultad
de afianzar la unidad
de Castilla, invitando
a Don Enrique y logrando
con él nueva amistad,
en un trato de equidad,
que resulte, dando y dando.
Juan II
Diplomacia, que es tu fuerte,
también esta vez acierte,
el reino a pacificar.
¿Debo esta carta firmar?
¿Traerános buena suerte?

Don Álvaro de Luna (Lee en voz alta)
“Buscando conciliación
de Castilla y Aragón,
hallando, en común acuerdo,
la causa del desacuerdo,
y en fraternal discusión,
con diplomático ingenio,
lograremos un convenio,
en la villa de Madrid.
Cuando mejor os convenga,
mi horario al vuestro se atenga,
Infante Enrique, venid!”
Juan II
No es mala la redacción,
y el propósito es muy claro,
lo firmo, pues, sin reparo,
y os encargo ejecución
de esta ardua negociación.
El rey Don Juan II firma y sella con su real anillo la carta.
Se escucha galope de caballos, de ida y de vuelta.
Don Enrique de Trastámara

Ya llego galopando
en término y final de la distancia,
de los hitos con Francia,
al Rey Don Juan mostrando,
que obedezco su deseo y mando:
vengo a negociar,
la paz eterna y amistad firmar
con mi gran soberano,
más que cuñado, hermano,
¡Decidme cuándo y dónde comenzar!
Don Álvaro de Luna

Mis espías, gran señor,
descubren vuestra traición:
De jinetes mil, legión,
os siguen en formación.
¡Id preso pues, por traidor!

Don Enrique de Trastámara

Este es un marrajo invento,
sin sustento o prueba alguna,
infame Álvaro de Luna.
¡Que he de quitarte el aliento,
voto a Dios, en juramento!.
Soldados de Don Álvaro de Luna llevan preso a Don Enrique, después
de quitarle su espada.
Aparece el rey de Castilla
Juan II
Primo Enrique ¿dónde estás?
¿Qué pasó, Álvaro de Luna?
¿No querías que se una,
del son de paz, al compás,
mi familia, una vez más?
Don Álvaro de Luna

Me hundo en negro pesar
al teneros que contar,
que Don Enrique tenía,
armada caballería,
por veniros a matar.
Nos quería traicionar.
Yo me anticipo al engaño,
contra su maña, me amaño,
y lo mando aprisionar.
Juan II
¡Me salvas una vez más,
de este malvado pariente!
De esperarse era que intente,
ambicioso contumaz,
otro conato falaz.
¡Castigo a este Barrabás!
¡Bozal al perro mordaz!
¡Sé desde hoy mi Condestable,
Que mantenga el reino estable,
sin dar nunca un paso atrás!
Don Álvaro de Luna
¡Agradezco el gran honor!
Os juro, mi amado rey,
que yo haré cumplir la ley.
De Castilla, protector,
soy vuestro fiel servidor.
SEGUNDO ACTO Escena Segunda
En la corte de Alfonso V El Magnánimo, en Aragón
Doña Catalina de Castilla
Tres años se cumplen ya,
que Enrique sufre prisión.
Cuñado, Rey de Aragón,
¿Tu Alteza tolerará,
la ofensa soportará,
que este abuso representa,
la más colosal afrenta,
que la Europa ha conocido,
hecha por un mal nacido,
que mil títulos ostenta?
Alfonso V de Aragón
Prima y cuñada mía,
con tu justa acusación
tienes toda la razón.
Empeñada yo tenía
mi vida en la lejanía:
Nápoles y el Rosillón
me ocupaban la atención.
Las guerras con los franceses,
los marinos intereses,
hurtaron toda mi acción.
De Enrique la amarga suerte
no puedo sufrir inerte.
Voy la guerra a declarar
y a Castilla castigar,
con destrucción y muerte,
si a mi hermano no liberan.
¿Acaso eso es lo que esperan?
Hoy mando un embajador
con voto amenazador,
si a mis ruegos no cedieran.
Doña Catalina de Castilla
Los Maestres de Santiago,
de Alcántara y Calatrava,
Castilla ven como esclava,
del Gran Condestable aciago,
que hechiza al rey, como un mago.
Tienen armada una intriga,
que al rey castigarlo obliga,
tres grandes condes y un duque,
para que se hunda y caduque.
¡Quiera Dios se la consiga!
Se apagan las luces y hay cambio de lugar. Se observa de pronto una
cárcel castellana en la que deambula solo Don Enrique de Trastámara.
Don Enrique
Sin luz y sin esperanza
y en el oprobio hundido,
si a esto he sobrevivido,
es por mi sed de venganza,
que en mi pecho no descansa.
El sol he de ver un día,
reflejo en la espada mía,
y en el más cruento combate
si él me abate, o yo le mate,
Némesis conseguiría.

¡Viene, escucho, al carcelero
y en pasos acelerados,
el ruido de hombres armados!
Que me liberen espero,
o tal vez, hoy mismo, muero.
¿Qué queréis de mí, verdugos?
¿Estas migas y mendrugos?
¿Las herrumbrosas cadenas,
férreas sierpes de mis penas?
¿O de mis bofes, los jugos?
Carcelero

Por orden del Rey Don Juan,
Libertad, Señor, os dan.
Un ensillado corcel,
y un escudero muy fiel,
a aviaros listos están.
Don Enrique
¡Viva Dios, digo y repito, viva Dios!
SEGUNDO ACTO Escena Segunda
Don Álvaro de Luna (Aparte)

Al infante Don Enrique
he debido liberar,
pues se me iba a desatar
una guerra que eche a pique,
a Castilla y signifique
lo bien ganado, perder.
Más vale retroceder,
para esperar la ocasión,
de causar la perdición
del enemigo, a placer.
Coro de Cortesanos
¡Celebremos Navidad!
¡Que viva el de reyes, rey!
De hinojos vamos, su grey.
Invoquemos su bondad:
¡Viva Dios! Su Majestad.
Juan II

¡Viva Dios! que es mi Señor,
hágase su voluntad,
que reinen paz y equidad.
En el cielo hay una flor,
es la estrella del amor.
Mientras el rey desciende las gradas hacia el salón de caballeros, los
cortesanos bregan por acercársele. El bufón, en el apretujo, se
precipita, gradas abajo.

Coro de Cortesanos

¡Gradas abajo al juglar,
rodando, le hacen bajar!
¿Quién le diera el empujón?
Tiene en la frente un chichón.
¡Fue el de Núñez, Don Alvar!
El rey y la corte se ríen del bufón y le piden que hable.

Aleluya
En esta noche ¡Oh, Señor!
Sólo a dos hay que admirar,
al uno por camelar,
como real picaflor
y a la reina dar su amor,
y por callar y encubrir
lo que el rey no apercibir,
al otro gran caballero.
¡Lo que sabe el mundo entero,
yo me atrevo a repetir!
Juan II
¡Aleluya! Gran bribón,
no mueres, por ser bufón.
Mas quiero digas los nombres
de estos encumbrados hombres
a los que haces alusión.
Aleluya
Quien las bellas manos besa
de la exquisita realeza,
Luna luce en su blasón
y el que calla información,
fue quien me dio el empujón!
Juan II
Alvar Núñez y Alvar Luna
explicad vuestra traición.
¡Veo juráis negación!
No habiendo prueba ninguna,
marchaos todos a una,
sabed que no os quiero ver,
debéis desaparecer.
¡No que mi celo en furor
y de mi reina el rubor,
os hagan dejar de ser!
Don Álvaro de Luna
¡Este fue un infundio vil,
mi rey, para desgraciarme!
Si no queréis escucharme,
como el humilde reptil,
dejaré yo este pretil.
Sin duda, del tiempo, el paso,
de cien soles, el ocaso,
la verdad al relucir,
en mi pro ha de conducir.
¡Al destierro aprieto el paso!
Don Alvar Núñez
¡Falso lo que se me imputa!
Voto a Dios que me castigue,
si a desdecirme me obligue.
¡Mi reina es pura, impoluta,
su nobleza es absoluta!
La reina de Castilla, María de Aragón, avergonzada, se retira con sus
damas de compañía.

Juan II
La reina, toda azorada,
fuese ya a su habitación.
Idos todos ¡Maldición!
La fiesta fue desecrada,
y la doy por terminada.
Todos los presentes abandonan el palacio apesadumbrados. Reaparece
luego de un breve momento Don Álvaro de Luna con varios hombres
armados a los que ordena:
Don Álvaro de Luna
Yo salgo para Escalona,
a galope en mi caballo.
Mas, antes que cante el gallo,
Alvar Núñez en persona
quiero preso en mi casona.
Esta intriga palaciega,
que me margina y doblega,
fue por él puesta en escena.
Para tal culpa, tal pena,
Tarda venganza, mas llega.
Don Álvaro de Luna monta a caballo y se marcha. Los hombres
armados corren y no lejos apresan a Don Alvar Núñez.

SEGUNDO ACTO Escena Tercera
En el palacio y fortaleza de Escalona
Don Fernán Núñez
¡Guardia, guardia, una palabra!
Si es que el brillo del dinero,
le convence al carcelero,
quien la mazmorra me abra,
mil maravedíes se labra
y mi eterna gratitud.
Saque de la esclavitud
a mi padre Don Alvar,
y yo al punto he de pagar.
¡Mi palabra es mi virtud!
Guardia Carcelero
De la torre una escalera,
hecha con cuerdas de cuero,
ha de caer al albero.
En la alta almena te espera,
quien a tu viejo libera.
Tu le entregas las monedas
y para huir libre quedas.
Pronto escapa con tu padre,
antes que la alarma ladre,
¡Ojalá lograrlo puedas!
Oscurece y se ve que alguien arroja una escalerilla desde lo alto de la
torre. Sube por ella Don Fernán y al llegar arriba se encuentra con el
guardián que recibe una bolsa con el dinero. Sacan a Don Alvar de su
encierro y ambos hidalgos descienden al patio. Se frotan las manos y se
abrazan felices de haber escapado. De pronto suena una campana al
arrebato y aparecen soldados por los cuatro costados. Les encabeza.
Don Álvaro de Luna
¡Deponed vuestras armas!
Truenan nuestras alarmas
y nos mandan a matar.
Si no os queréis entregar,
¡al creador vuestras almas!
Alvar y Fernán Núñez (A coro)
En mano espada y puñal,
el valiente no está mal.
Vendemos cara la vida,
si la libertad perdida,
y el honor, hasta el final.
Don Álvaro de Luna y su guardia avanzan contra los Núñez y los
acosan y rodean junto al pozo profundo de cuya alberca se proveen de
agua en el castillo.
Coro de soldados
Con la espada y con el mazo
a la muerte abrimos paso.
A vuestro eterno reposo,
id a nadar en el pozo.
¡Volad en último abrazo!
Los dos hidalgos Alvar y Fernán Núñez caen juntos, malheridos, a las
aguas del pozo.
Don Álvaro de Luna
Con esta piedra sillar,
el pozo mando sellar.
Sólo puede ser tomada
esa agua contaminada,
por Núñez, que hice matar.
Los soldados sellan el pozo con una pesada loza, convirtiéndolo en
sepultura.


SEGUNDO ACTO Escena Cuarta
La corte itinerante de Juan II se encuentra en una gran mansión de
Turégano
Don Álvaro de Luna
Me habéis hecho llamar
de mi campestre retiro.
¿Mi suerte ha dado tal giro,
que ante mi rey vuelvo a estar?
¡Tenedme a vuestro mandar!

Juan II
Mi primo Juan de Aragón,
ahora es Rey de Navarra.
Cruenta y codiciosa garra,
de insofrenable ambición,
la de este astuto león.
Con Enrique hacen pareja,
que, si merodear se deja,
Castilla ha de sucumbir.
¡Al domador recurrir,
que los meta tras la reja!
Toma en la siniestra, riendas
y en diestra mano, la espada.
Castilla vese sitiada;
De tu mérito, a sabiendas,
su defensa pido emprendas.
Don Álvaro de Luna

Que no hay defensa mejor,
bien dícese, del ataque.
Al rey pongamos en jaque
que se colme de temor:
¡otro rey, usurpador!
Fadrique, Conde de Luna,
es por abolengo y cuna,
heredero de Aragón,
su pronta entronización,
pidamos todos, a una.
Y mientras a Dios rogando,
vamos con el mazo dando.
Un ejército aguerrido
encuentre al león dormido
y a su hermano, dormitando.
Como César en Osuna,
encabece Álvaro de Luna
otra victoria gloriosa.
¡Gira loca y caprichosa,
la rueda de la fortuna!
Juan II

Esta guerrera bandera
defiéndela con honor,
mi púrpura es su color.
Que celebremos quisiera
tu retorno a mi favor:
¡Magos y malabaristas
diez bufos equilibristas,
danzarinas de Turquía,
trovadores, poesía,
mil y una alegres artistas!
La corte celebra el retorno de Don Álvaro de Luna con baile, banquete
y jolgorio.
TERCER ACTO Escena Primera
En el campo de batalla de Cogolludo
Don Juan Rey de Navarra
Sobre esta vasta llanura,
en galopes majestuosos,
nuestros corceles briosos,
la victoria que se augura,
han de lograr con premura.
¡Tantos yelmos y celadas!
¡Tantas lanzas aguzadas!
De crines, ígneos trigales;
plumajines, a raudales,
mil banderas desplegadas.
Don Enrique de Tratámara

Y la tropa de Aragón,
cual humana empalizada,
hasta horizonte alineada,
con flameante corazón,
se alista a bélica acción.
Nuestros férreos caballeros
enarbolan sus aceros.
Galopando con presteza,
yo he de ir a la cabeza,
que, antes de mi, no hay primeros.
En el lado opuesto del campo, Don Álvaro de Luna, Condestable de los
ejércitos castellanos, contempla el campo de batalla.
Don Álvaro de Luna
Gran llano de Cogolludo
¿Quieres brindarnos batalla?
Bajo esta cota de malla,
tras este bruñido escudo,
acaso del triunfo dudo.
¡Es mala la defensiva,
mejor es la ofensa altiva!
Toma el escudo, escudero,
sólo la espada, prefiero.
Febo su carro de fuego
ya en el cielo pone en juego.
¡El fiero combate quiero!
De pronto aparece un coche real tirado por ocho caballos. El Heraldo
que galopa a su costado, levanta el pendón de la reina de Aragón, Doña
María de Castilla, hermana del rey Juan II y esposa de Alfonso V de
Aragón. Vestida de luto, desciende y dice:
Doña María Reina de Aragón
De luto vengo vestida
a este campo de batalla.
Sola yo, el pozo y la valla,
para que sea impedida
esta guerra fratricida.
¿A matarnos entre primos,
a Cogolludo venimos?
¿Degollarnos entre hermanos,
obra, a que ponemos manos?
¡Torpeza peor no vimos!
¿Y los moros de Granada,
España tienen ganada?
¡El enemigo a batir,
allende el Guadalquivir,
tiene armada su mesnada!
Venid, Grandes, a esta mesa.
Justicia todo sopesa
y en su balanza, la paz
se establece, tas con tas.
¡Juradme vuestra promesa!
De lado y lado se acercan, avergonzados, los Grandes, Don Juan Rey
de Navarra, Don Enrique Infante de Aragón, Don Álvaro de Luna
Gran Condestable a nombre del Rey Juan II de Castilla, y a coro
repiten:
Coro de Grandes
Justicia todo sopesa,
y en su balanza, la paz,
se establece, tas con tas.
Juramos nuestra promesa,
ante Dios, en esta mesa:
“En cada reino su rey,
al vasallo dé su ley.
Si es príncipe, obedecer,
aunque magno su poder,
por igual, es su deber.”
Doña María Reina de Aragón
Cinco años, este armisticio,
Granada hasta conquistar,
ante Dios, quiera durar.
Dadle, desde hoy, el inicio,
de esa guerra, al duro oficio!
Los ejércitos se retiran del campo de batalla.
Don Álvaro de Luna (Aparte, para sí)
La letra de este tratado
me conviene en alto grado:
De Enrique, dominaciones,
han de ser las donaciones,
de mi rey, para mi agrado.
De Trujillo, el gran ducado,
la Villa de Badajoz,
¿De qué otro título en pos?
¿Santiesteban, el condado,
Don Álvaro, pluguiere a vos?
Aparece Don Abraham Benveniste, Recaudador de Impuestos para la
Real Hacienda.
Don Álvaro de Luna
Don Abraham Benveniste,
gran recaudador de impuestos,
¿Cuán llenos tienes los cestos,
del diezmo que recibiste?
Di, ¿cuánto alpiste obtuviste?
Don Abraham Benveniste

En términos de dinero
más que suficiente, espero:
Billón de maravedíes,
que cuando a usura me fíes,
yo duplicártelos quiero.
Don Álvaro de Luna

Me fascina el interés,
que al dinero hace crecer
y las creces, florecer.
Invierto pues otra vez,
y más revierto después.
La Primicia en primavera,
cuando guerra nos espera,
contra el reino de Granada,
la medra, a la mesta dada,
te pido sea cobrada.
Tendremos tantos corderos
tantos añojos terneros,
para dar, si es menester,
cien mil hombres, qué comer.
¡Y son ganancia, los cueros!
Si doblegamos al moro,
al saqueo, gran tesoro,
o al rendirle, buen tributo,
si la guerra en paz permuto,
pongo en tu banco más oro.
Don Abraham Benveniste

Para ser tan buen cristiano,
en impuestos y alcabalas,
a los sabios nos igualas.
¡Con guarismos de tu mano,
a Pitágoras le gano!
TERCER ACTO Escena Segunda
Cerca del Campo de Cogolludo
Llega el Rey Juan II de Castilla con refuerzos.
Juan II
Esta paz mal concertada
me enoja, a decir verdad.
¡Perdida oportunidad,
de, por fin, ver castigada,
ambición y necedad!

Don Álvaro de Luna

Mi rey, vuestra Majestad
puede muy bien proceder,
del todo, a desposeer
a quien vuestra potestad
se atreve a desconocer:
Don Enrique de Villena
arrebatadle el ducado,
yo, Alburquerque, su condado,
que es, de zánganos, colmena,
he de cerrar con cadena.
Sin, fratricida, arriesgar
guerra y la suerte tentar
vais a salvar vuestro estado
y, cien veces reforzado,
a los moros atacar.
Juan II
Si me cumples lo que ofreces,
a guisa de buenas preces,
el Maestrazgo de Santiago
habré de donarte en pago.
¡Veamos si lo mereces!
TERCER ACTO Escena Tercera
En el palacio real de Zaragoza
Ante la reina se presenta una delegación de campesinos con quejas:
Coro de Campesinos

Se pasan los años
y el mundo es testigo
que bajo el abrigo
de muchos engaños,
como los rebaños
de mansas ovejas,
a Castilla dejas,
completa esquilmar.
¡Ante nuestras quejas,
debes despertar!
La reina escucha lo que los campesinos le murmuran al oído y los
despide con su bendición.

Doña María de Castilla Reina de Aragón
Malas noticias, hermana,
desde Castilla nos llegan.
Mientras que a la guerra juegan,
honrándose en gloria vana,
a Granada dejan sana.
Grandes impuestos no obstantes,
con setenta mil infantes
más once mil caballeros,
los moros dejan enteros,
Don Álvaro y sus farsantes.
Doña Catalina de Castilla

Y el primado en Zaragoza,
con Don Fadrique conspira,
que a vuestra corona aspira.
Esta es cosa ruinosa,
con que Luna nos acosa.
Por eso ya va a prisión,
acusado de traición,
el santo Alonso de Argüello,
cuyo cuello va al degüello,
en castigo y punición.
Don Enrique, mi marido,
todo en Castilla ha perdido.
Y de Juan, Rey de Navarra,
todos los feudos se agarra
el Condestable atrevido.
TERCER ACTO Escena Cuarta
Don Pedro Manrique Adelantado de Castilla
Don Juan, mi rey y señor,
desde el triunfo de Higueruela,
impera la corruptela.
Mal fuiste conquistador,
si hoy el moro está mejor.
Batalla desperdiciada,
si al fin, no ganásemos nada.
Don Álvaro, el Gran Condestable,
responsable, es condenable
del mal uso de la espada.
Se dice fue cohechado,
por Benalmao, el rey moro
con higos rellenos de oro.
Y el real fue levantado,
por que la tierra ha temblado,
y de Granada los muros,
ya cuarteados e inseguros,
hubiesen, si es que intentado,
al sitiador, sepultado,
bajo mármoles oscuros.
Vuestros primos de Aragón,
con quien sois mutuos cuñados,
están escandalizados.
Piden la restauración
del orden en la nación.
Los jueces de Castronuño
bajan el pulgar del puño
y os exigen el destierro
del responsable del yerro,
hacia su feudo y terruño.
Juan II

Hágase su voluntad,
que yo actué de buena fe
y en la batalla triunfé.
¡La turbia mendacidad,
ha engañado a la verdad!
Diez mil árabes sangrantes
fueron ante mi contantes,
entre los muertos y heridos.
Yo dejélos por vencidos,
miserables, suplicantes.

CUARTO ACTO Escena Primera
Don Álvaro de Luna persiste en defender sus privilegios y desobedece
el fallo que lo condena al confinamiento en sus dominios. Ataca a Don
Enrique de Trastámara, Duque de Villena, en el Castillo de Maqueda,
cerca de Torrijos.
Don Enrique de Trastámara
Cebad pólvora a cañones,
cargadlos con plomo y hierro,
que no ha cumplido el destierro,
sino que con sus legiones
ataca nuestros bastiones
el Condestable de Luna.
¡Cómo tienta a la fortuna!
Quiere rendirme en Maqueda,
Cuando en Medina se queda
sólo el rey, sin tropa alguna.
Don Álvaro de Luna
Tal que con férreo martillo,
de Maqueda, el gran castillo,
quiero, feroz, arrasar
y a Castilla demostrar
cruento, de mi espada, el brillo.
¡Don Enrique, mi enemigo,
a quien con saña persigo,
ya tu Catalina ha muerto,
debilitado te advierto,
y a rendírteme te obligo!
Don Enrique de Trastámara
¡Monstruo de la corrupción,
vergüenza de la nación,
tu que a los moros te diste,
del oro, por rico alpiste,
de mi cañón, la lección
sufre, cuervo, en carne propia,
que quien lo ajeno se apropia,
y lo mal habido acopia,
muere en loor de ladrón!
Se disparan los cañones de ambos bandos el uno contra el otro
mientras se escuchan gritos y denuestos en combate. Llega un
mensajero para el Condestable.
Mensajero
El rey se encuentra sitiado
en la torre de la Mota,
el agua ya se le agota
y si cae derrotado,
seréis sin duda inculpado.
Medina del Campo tiene
la artillería en total
y su bodega contiene
todo el real arsenal.
¿Cuándo el gran Álvaro viene?
Don Álvaro de Luna
Si es que el rey me necesita,
el Castillo de Maqueda,
inexpugnado se queda.
¡La suerte, tu muerte evita,
porque a marcharme me excita,
Don Enrique venturoso!
¡Mas breve será tu gozo,
pues muy pronto he de volver,
que en tus ojos quiero ver
el mortal opal vidrioso!
Don Enrique de Trastámara
¡Marcha, trota percherón,
te espolea tu patrón!
¡Mis perros siguen tu huella,
que guía una infame estrella,
a tu amarga perdición!
Don Álvaro de Luna, seguido de cerca por su enemigo, parte en
dirección de Medina del Campo, donde le recibe el rey Don Juan II.
Juan II
Mira por esta ventana
Gran Condestable y amigo,
De mi vergüenza testigo
se y de la malicia humana,
que a éste tu rey amilana:
Me tienen preso y rodeado,
secuestrado y maniatado,
dicen que te debes ir
que no debes resistir
tu condena a confinado.
Refúgiate en Escalona,
Escóndete en Montalbán,
Monta en tus siete ciudades
en tu tierras y heredades,
un mundo acorde a tu plan,
pero déjame al momento
que recupere el aliento
y me enroque en mi real.
¡Deja que te lleve el viento,
tu presencia me es letal!
Don Álvaro de Luna

Obedezco, Majestad.
Me marcho si es menester.
No os quiero desmerecer.
Acaso vuestra bondad
vele por mi libertad.
Pero si puedo salir
de Medina sin morir,
en mis feudos, a la espera,
de lo que exigirme quiera,
vuestra Alteza, he de vivir.
Don Álvaro de Luna intenta una salida de la Mota, y de Medina del
Campo. Mueren muchos de sus hombres en la refriega. Pero el Gran
Condestable logra escapar hacia sus dominios.
Don Enrique de Tratámara
Mis podencos y lebreles,
salvajina montarás,
van de ti, quedando atrás.
Tan rápidos tus corceles,
tal parece, Álvaro, vueles.
La rueda de la fortuna,
rondas dando, una a una,
ha de enfrentarnos los dos.
¿Para qué os seguir en pos,
si habréis de buscarme vos?
CUARTO ACTO Escena Segunda
Don Álvaro de Luna contraataca de súbito imprevisto.
Coge desprevenidos a todos. Los miembros de la Liga de Navarra y
Aragón se reagrupan para dar guerra a Juan II de Castilla y a su
favorito. La batalla se da en Olmedo (Valladolid).
Don Álvaro de Luna
En este campo de Olmedo,
Dios nos da qué batallar.
Voy Don Enrique a encontrar.
Con mi lanza y con denuedo,
he de matarlo, si puedo.
Está bella la mañana,
Castilla, extensa campaña,
eres mar, al galopar.
¡Más que fuerza, vale maña!
La lucha va a comenzar.
Don Enrique de Trastámara
Las pesadas armaduras
en las cargas y carreras,
vense leves y ligeras;
ya vuelan por las llanuras
las bellas cabalgaduras.
Flamean los estandartes,
mil voces por todas partes,
lanzan gritos de combate.
¡El embate, en mutuo empate,
de Martes, muestra las artes!
Don Álvaro de Luna
Mi lanza ya se enmugrece
con las sangres derramadas,
las panzas despanzurradas,
las vísceras traspasadas,
del que a mi paso fenece.
Ya en el cielo el sol decrece,
y el enemigo enmudece
ante inminente derrota.
Contra mi, valiente, trota
Don Enrique de Aragón.
¡De matarlo es la ocasión!
Don Enrique de Trastámara

¡Sobrino del Anti- Papa,
que Io, la cuerna Luna,
invocas desde tu cuna,
pues que a ella nadie atrapa,
y siempre errante, se escapa,
de mi no vas a escapar,
pues nos toca aquí enfrentar,
la punta de sendas lanzas,
desenlace de esperanzas,
de uno al otro derrotar!
Don Álvaro de Luna

Del ocaso, el claroscuro,
sirva de luz mortecina,
para la lucha asesina.
¡De este duelo, por seguro,
saldréis muerto, yo os auguro!
Don Enrique de Trastámara

¡Mucho ruido y pocas nueces!
Rompamos lanzas tres veces,
siga luego con la espada,
la contienda denodada,
hasta Dios la dé acabada.
Los dos caballeros cargan él uno contra el otro durante tanto tiempo
que cae la noche y no ven nada; ambos departen sangrantes de la
contienda que queda indecisa.

Don Álvaro de Luna (Aparte)
¡Más vale maña, que fuerza!
De entrañas embadurnada,
mi lanza iba emponzoñada.
En veneno punta inmersa,
enmiende la suerte adversa,
de esta lucha singular.
Herido le vi marchar.
De mi lado opera Cronos,
con el tiempo esos inconos,
veránse fructificar!
Don Enrique de Trastámara
Quise y no pude matarlo,
ni él pudo matarme a mi.
Desangro cual jabalí.
¿Cómo poder evitarlo?
Que mane debo dejarlo,
pues tengo Olmedo que huir.
¡La derrota hay que admitir!
Se ha retirado Aragón.
¡Último en la retracción,
cien me quieren perseguir!
La diestra me cuelga inerte,
en el rigor de la muerte.
Sostiene firme la lanza,
mas mi mando no le alcanza.
¡Mano! ¿Qué hago a que despierte?
¡Mano, mano! Sangre mano
como si fuera una fuente.
¡Que mi corcel no reviente,
hasta que alcance a mi hermano!
¡Juan lejano! ¡Juan cercano!
Por fin Juan voyte a alcanzar.
¿Que pasó con tu Navarra?
¿Con tu garra que desgarra,
te dejaste derrotar?
Juan II de Navarra
¡En agreste y dura tierra,
a veces, la suerte perra,
hácenos perder la guerra!
¡Caro Enrique te han partido!
¡Vienes sangrante y dolido!
¡Tu mano debo vendar!
En el Castillo de Calatayud: Yace sobre un lecho Don Enrique de
Trastámara dormido, agonizante.
Juan II de Navarra
Tu mano está engangrenada
y la fiebre te devora.
¡De tu muerte llega la hora!
No hubo mejor espada,
ni alma más enamorada,
que la de Enrique, mi hermano.
¡Debí amputarle la mano!
Mas ser manco no quería;
guerrero de esa hidalguía,
-“Vivir sin mano es en vano”-
obstinado repetía.
Se acerca al lecho de muerte y besa a su hermano en la frente. Después
de bendecirle tres veces, se marcha. En delirio.
Don Enrique de Trastámara
¡Calor, calor, es verano!
Ven Catalina, mi amor,
de tus labios es mejor,
que del vino, más lozano,
el refrescante sabor.
Eres mi fuente de vida,
Tengo por tus besos sed,
y de tu amor, la merced,
es mi única bebida.
¡Ven a mis brazos querida!
Se le aparece el espectro de Catalina.
Doña Catalina de Castilla
Me traes del más allá,
Oh, mi adorado marido,
te encuentro tan malherido
que duda no queda ya
que tu alma a volarse va.
¿Recuerdas tú Tordesillas
cómo huimos a hurtadillas,
y en la Torre de Alamín,
sobre un monte de aserrín,
nos unió el amor por fin?
El cielo es muy parecido.
La pasión que nos ha unido,
Dios no quiere separar.
Él nos tiene dado un nido
al que te voy a llevar.
Enrique, sano tu brazo,
para nuestro eterno abrazo,
ya lo puedes levantar.
Nos une un sagrado lazo.
¡Ven que te voy a besar!
Don Enrique de Trastámara muere en brazos del fantasma de su
esposa Catalina.

CUARTO ACTO Escena Tercera
Juan II de Castilla
¡Don Álvaro, enhorabuena!
Que bien triunfaste en Olmedo,
reconocido te quedo.
Don Enrique de Villena
ha fenecido. ¡Qué pena!
Mi esposa y reina, su hermana,
de la noche a la mañana,
loca, demente e insana,
pena, llora y desespera,
que a mi causa, muerto hubiera.
Don Álvaro de Luna

Son achaques de vejez,
no dejéis que os contraríe,
Castilla entera sonríe:
¡En tu gloria y en tu prez
cantan himnos otra vez!
Amenazas ya no son
los Infantes de Aragón.
Mi rey estáis liberado,
en el trono afianzado,
en gloriosa exultación.
(Aparte)

Esta salobre mujer,
debe desaparecer.
Si tanto gusta el amargo,
con un veneno le encargo,
que a su hermano vuelva a ver.
Hoy la voy a visitar,
los mimos a renovar,
aquellos mismos que antaño,
hiciéranme tanto daño,
vanla, esta vez, a matar.
Se despide ceremoniosamente del Rey Juan de Castilla y endereza sus
pasos hacia las habitaciones de la reina.
Don Álvaro de Luna

Reina y señora mía
por vos la vida daría
a que no lloréis así.
Tanto llanto nunca vi.
Esta blanca toalla fría,
traiga a la frente frescor.
Y este vino dé color,
a vuestros divinos labios,
que los poetas más sabios,
cantan en rimas de amor.
Doña María de Aragón Reina de Castilla
Cruel y falso Condestable
otra vez vienes amable,
mi tristeza a seducir.
¡Qué elixir es tu mentir!
Es engaño cuánto se hable,
que al que tiene que sufrir,
no obstante, le gusta oír.
Y aunque es tan vano el consuelo,
le anticipa algo del cielo,
hacia el que quiere partir.
Don Álvaro de Luna

¡Bebed, Señora, bebed!
que el sufrimiento da sed.
Esas lágrimas saladas,
por dulces son reemplazadas,
¡Ya estáis alegre, ved!
La reina María sonríe y se mira en el espejo que le presenta Don
Álvaro .
Doña María de Aragón Reina de Castilla
¡Dejadme sola, partid!
Que este engaño de la vid,
al ensueño, suma el sueño.
Maguer que en velar me empeño,
duérmeseme el ceño. ¡Salid!
Sale Don Álvaro de Luna en puntillas, mientras la reina cae en lo que
ha de ser su sueño eterno.
Camina él unos pasos y aparece saludándole con una profunda venia
Don Abraham Benveniste

Las rentas y los impuestos
no quieren fructificar.
Los campos sin cultivar,
Los comerciantes opuestos,
nos oprobian con denuestos,
cuando queremos cobrar.
Ni alcabalas, ni gabelas,
peor que si fuesen muelas,
o del cor, las tiernas telas,
nadie se deja sacar.
Y lo que es mucho peor,
del rey, el gran contador,
Alonso Pérez Vivero
ha levantado avispero
contra ti, de acusador.
Con cábalas y guarismos,
con álgebras y algoritmos,
al real dice hay faltante,
grande como un elefante,
hondo como siete abismos.

Te pinta como ladrón,
mi palabra no te ofenda,
de la castellana hacienda.
Levanta la maldición
contra tu reputación.
De riquezas y tesoros,
de provechos de los moros,
de alcázares y de villas,
todas tus mil maravillas,
te pide cuentas y aforos.
Don Álvaro de Luna
Bien se quién está detrás,
de intriga y conspiración.
Voy a darle una lección.
Marrano y gran Barrabás,
¡Oh Pérez, perecerás!
Muy taimados y ladinos,
vengan mis dos asesinos,
que los quiero aleccionar
cómo tienen que matar,
al que asalta mis caminos.
Abraham Benveniste se marcha y al rato llegan los dos sicarios que ha
llamado Don Álvaro de Luna.
Asesinos (A coro)
Gran Condestable, salud,
Bendiciones en alud.
Dios os cuide Señoría.
¿Para quién la tumba fría,
para quién el ataúd?
Don Álvaro de Luna
Alonso Pérez Vivero,
quien es real contador,
me ha despertado rencor.
Atormentadlo primero,
y después matadlo, quiero.
Diez ducatones os doy
y diez más a daros voy
cuando lo habráis consumado.
Del palacio en el estrado,
he de entrevistarlo hoy.
Asesinos
Si la guardia esta alejada,
y la fuga despejada,
primero con el dogal
y luego con el puñal,
su garganta sea cortada.
Don Álvaro de Luna
Yo he de quedarme pasmado,
a más que voy desarmado.
Entre quejas y entre toses,
sólo he de dar grandes voces,
cuando os hayáis escapado!
Los asesinos salen a preparar su cometido. Entra el rey
Juan II de Castilla
Álvaro, la reina ha muerto.
Dormida la han encontrado,
pero nunca ha despertado.
Al cielo que se le ha abierto,
ya llega a su último puerto.
Si un rey pudiera llorar,
mis lágrimas derramar,
viejo amigo, me verías.
Ya besé sus manos frías.
vanla, en pompas, sepultar.
Don Álvaro de Luna
Un año he de llevar duelo
por vuestra santa mujer.
Mas, dolor hay que vencer.
Ella ya goza del cielo.
En este mundo, es mi anhelo,
que volváis a florecer:
Nueva esposa hay que escoger.
Isabel de Portugal
mi rey, no estaría mal.
Os daría aun más poder.
Los dos compañeros de la vida, el rey y su “contino” Don Álvaro, se
pierden por los salones del palacio conversando sobre la nueva alianza
matrimonial. Reaparece al rato Don Álvaro de Luna acompañado del
Contador del Rey Don Alonso Pérez de Vivero
Don Álvaro de Luna
Don Alonso, os invito
a que demos un paseo,
que ha de agradaros, yo creo.
Vos me imputáis un delito,
y yo busco un finiquito.
En cortez conversación,
os daré yo explicación,
que en los asuntos de estado
yo he gastado demasiado
por bien de nuestra nación.
Don Alonso Pérez de Vivero
Respetado Condestable,
Lo cortez, a lo valiente,
nunca le quita ingrediente.
Si lo vuestro es explicable,
dicho mejor, excusable,
yo voy muy dispuesto a oír.
Si debo, he de transigir.
¡Mas si al rey hay un faltante,
en contante y en sonante,
yo el repago he de exigir!
Don Álvaro de Luna
Caminemos, caminemos,
del jardín a los extremos.
Por allá, en la intimidad,
disputemos la equidad
y la justicia encontremos.
Don Alonso Pérez de Vivero
¿Quiénes son estos rufianes?
¿Son vuestros serviles canes?
¿Es que me vais a ahorcar?
¡Dios! Me van a apuñalear.
¡Que el infierno, Álvaro, ganes!
Don Alonso, suspendido con un dogal por el cuello, muere acuchillado.
Cuando han escapado sus asesinos, Don Álvaro da grandes voces para
que acuda la guardia y se busquen los criminales.
CUARTO ACTO Escena Cuarta En el palacio real de Burgos
Doña Isabel de Portugal Reina de Castilla
De la corona heredero,
Príncipe y querido hijastro,
pues nos gobierna el mismo astro,
y nuestro sino y sendero,
tienen común derrotero,
unamos nuestras cabezas
y juntemos corazones,
Don Álvaro y sus sayones,
sus intrigas, sus empresas,
sus intenciones aviesas,
para pronto desarmar
y así este reino salvar.
Por criminoso y por falso,
pongámoslo en el cadalso,
o él se puede adelantar.
Don Enrique Príncipe de Asturias
Reina y Señora mía,
tengo el mismo pensamiento,
que ya es llegado el momento,
de este demonio enjaular
y al infierno retornar.
Don Juan Pacheco Girón
quede a cargo de la acción:
¡Que tengas bien cimentada,
redactada y preparada
la mortal acusación!
Don Juan Pacheco Girón

Tiene en magias relación
con judíos y marranos;
y con moros africanos
aprende envenenación.
Esta es grave indización.
El rey bebe sus brebajes,
con hierbas danle masajes,
y con mil mágicos gajes,
se le logra obnubilar.
¡Esto es para ajusticiar!
Se alejan los tres personajes y se pierden entre unas columnas .
Se percibe el paso del tiempo y aparece sólo, muy elegante y altivo Don
Álvaro de Luna. Sale a su paso un fuerte piquete de alguaciles
armados bajo el mando del Alcaide de Burgos

Don Diego de Zúñiga
Por el Justicia Mayor
vengo yo comisionado.
Quedáis preso y arrestado
Don Álvaro, gran Señor.
Muy pronto, el Inquisidor,
delito que se os acusa,
como en justicia se usa,
daráos a conocer,
a que podáis defender,
vuestra alma, de culpa y pena,
salvaros de la condena,
o por ella, perecer!
Don Álvaro de Luna
Me tomáis desprevenido.
Nunca esta afrenta he temido,
por absurda y sin razón.
¡Vencida la inculpación,
he de ser sobreseído!
Aleluya

De la justicia, el molino,
muele a continuo destajo;
cual cebolla y ajo, a tajo,
tal que el pimiento y pepino,
al gazpacho es tu destino.
¡Vas Don Álvaro a la olla!
Ya el fuelle a la llama folla,
que te espera en los infiernos.
¡Ya tu luna de albos cuernos,
en nariz lleva una argolla!
Don Álvaro entre los escarnios y burlas de sus enemigos entre la plebe,
es llevado a la fortaleza del Portillo, cerca de Valladolid.
Cuando, agotado del escarnio público, queda encerrado en la
mazmorra, se queda dormido, y entre sueños, se le aparece el espectro
de su madre.

María Fernández de Jarana
Hijo mío, la Muerte se te acerca
Por eso te he venido a visitar,
Besarte quiero, antes de expirar.
En el sueño, otra vez, tenerte cerca,
como cuando te diera de mamar.
Enemigos con lanzas te hacen cerca,
Los Núñez que flotan en la alberca,
resurgen y te vienen a acosar.
Don Enrique, maldiciéndote, te espera,
que de la muerte pases el dintel.
Un ejército de moros, ¡Dios no quiera!
fustiga, contra un poste, tu corcel
y un Heraldo de luto, a tu bandera,
arrebata la luna de oropel.

Don Álvaro de Luna

¡Madre, bien que te apareces
en este monitorio sueño!
Verte pronto era mi empeño.
Todas las glorias y preces,
de mi vida, las mereces.
Por ti y para tu memoria,
sea mi puesto en la Historia.
De tu carácter, la herencia
tremenda, dióme potencia.
Yo fui la continuación,
cúspide y exaltación,
de tu mundana existencia.
Pronto en el más allá,
enfrentaré enemigos,
y acaso pocos amigos
la suerte deparará.
Ignoro cómo será.
Dime madre, ¿te veré?
¿Serán tus ojos, mi espejo?
Este mundo alegre dejo,
si de muerte, tu reflejo,
en ensueños, hallaré.
Su madre se marcha, sin responder. Don Álvaro se despierta de la
pesadilla y exclama:
Don Álvaro de Luna
¿Ante ti, Dios, desespero
y me hundo en desolación?
¿Pido, humilde, exculpación?
Señor ¿Desespero y muero,
inspirando compasión?
Perdona, inquirirte quiero:
¿Voy a la condenación?
Pedirte, escuches, impero,
por plantearte esta cuestión:
¿Qué culpa de ser quién soy,
si desde ayer hasta hoy
cumplo el sino de mi herencia?
Nunca libre en mi existencia,
destino me manda hacer.
¡Mal puedo, Oh Dios, responder!
Se escuchan pasos de gente armada. Aparece el verdugo encapuchado:
Verdugo
El fallo del tribunal,
Don Álvaro, debe cumplirse.
De este mundo despedirse,
a todos toca, al final.
¡No me lo toméis a mal!
El hacha bien afilada,
ruego a Dios no os duela nada.
El tramo es corto de andar
y el cura os va a acompañar
a subir la infame grada.
Don Álvaro de Luna
Vamos, que el reloj de arena,
la base ya tiene plena,
y Dios, nuestro creador,
ha creído ser mejor,
que hoy mismo cumpla mi pena.
Quiera la posteridad
un magro puesto en la Historia,
con algo, darme, de gloria.
¡Vamos pronto, caminad!
¡Por morir, muero en verdad!
Llegan al cadalso que está rodeado por la corte y todo Valladolid.
Don Álvaro de Luna se hinca y serenamente pone la cabeza sobre el
bloque de madera. El verdugo enarbola el hacha y sin más, le corta la
cabeza.
Fin de la Obra

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Source: http://www.paseovirtual.net/biblioteca/digitalizadoBVE/alvaro.pdf

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